Por Sergi Concha (@SergiPrat1)
Los Mavericks apostaron todas sus fichas al fichaje de DeAndre Jordan, renunciando así a la continuidad del mejor pívot de la franquicia en su historia. Un movimiento arriesgado que en un principio iba a salir cara tras el “sí quiero” del center de los Clippers, pero que al final fue cruz tras su marcha atrás y la decisión de Tyson Chandler de poner rumbo al desierto de Arizona, el mismo desierto que quedó en las oficinas de Dallas cuando tuvieron que asumir un panorama desolador.
A Mark Cuban le gusta jugar a la ruleta con su equipo y cambiar piezas cada verano, ya lo hizo en 2011 tras lograr el único campeonato de la historia de los Mavs, y no iba a ser menos esta vez. En aquella ocasión Chandler pidió más dinero de lo que Cuban estaba dispuesto a ofrecerle, así que puso rumbo a la Gran Manzana con un lucroso contrato bajo el brazo de 60 millones por 4 años. Tras ser nombrado mejor defensor del año, Tyson bajó sus prestaciones en los dos años siguientes, y Cuban volvió a llamar a su puerta y logró traerle de vuelta con el último año del contrato que él mismo nunca quiso ofrecerle.
Perder al ancla defensiva y una pieza básica para la consecución del título fue un duro golpe, no solo para él, que no entendió cómo un equipo campeón pudo demolerse tan rápido, sino para toda una afición y un cuerpo técnico que habían quedado encumbrados ante la entrega y garra de este pívot. Para Cuban, traerle de nuevo fue una prioridad. Así se iniciaba la segunda etapa de Tyson en Dallas, uno de los grandes ídolos de la grada volvía para formar un quinteto temible tras el fichaje de Chandler Parsons y la llegada de Rajon Rondo unos meses después.
Obviamente el éxito deportivo no fue el mismo en esta nueva aventura, los Mavericks no lograron pasar de la 1ª ronda en Playoffs y se avecinaba una nueva reconstrucción, con Chandler como uno de los grandes protagonistas, otra vez.
Durante los últimos diez años, la nómina de hombres altos que han aterrizado en el American Airlines Center no ha sido muy halagüeña (Dampier, Diop, Haywood, Dalembert, Kaman…) y algún que otro Hall of Famer más, por tanto el retener al que ha sido tu mejor pívot de lejos en la historia de la franquicia debía ser en teoría la primera línea de cosas por hacer en junio en la libreta de Cuban. Pero este miró a Los Angeles y vio un “niño gigante” disgustado por no estar a la altura de Chris Paul y Blake Griffin y que parecía deseoso por romper tableros en otra ciudad. Unas semanas de llamadas, reuniones, seducciones del chico guapo del equipo y unos cuantos millones sobre la mesa, y parecía que esa ciudad iba a ser Dallas. En estas nuestro verdadero protagonista, que no esperaba que su equipo volviese a caer en la misma piedra otra vez, esperó una llamada, una llamada que nunca se realizó pese a que Cuban trate de insistir en que hicieron lo posible para que se quedase.
Chandler vio en Phoenix una oportunidad para crecer profesionalmente, en un equipo joven y donde puede tener gran protagonismo. De nuevo también se llevó un cuantioso contrato consigo, y la certeza de que al final el que sale ganando es él. Las semanas avanzaron y llegó el día donde los agentes libres debían estampar sus firmas, Carlisle había perdido de nuevo a Tyson pero parecía tener a Jordan, más joven y más fuerte, una versión mejorada. Pero mientras que uno cumplió su palabra con los Suns, el “niño grande” se echó para atrás; los pesos pesados de los Clippers asaltaron su casa y le convencieron que lo mejor era volver con ellos y olvidar todo, y así fue, tres partes y solo un perdedor, los Mavericks.
Tras esto ya no quedaban muchas alternativas para los texanos, tankear o competir con lo que encontraron, optaron por la segunda opción y lo que encontraron fue Pachulia, McGee, otro ilustre retorno de Dalembert que quedó en nada, y Mejri.
La ambición de Cuban fue mayor que la lógica. Las diferencias entre la primera salida y la segunda son evidentes, en la primera aspectos económicos, y en la segunda un flechazo que le salió rana. Ahora el simpático calendario de la NBA ha querido que nos veamos con nuestro viejo amigo en la primera jornada, y con nuestro nuevo enemigo en la segunda. El morbo está asegurado.
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